Las
lámparas de la noche se encienden
una
por cada pulso que se desvanece.
Ya
no bastan las estrellas del cielo
ni
que los ángeles bailen una cumbia
o
un alegre joropo.
Creer
es de ingenuos, como de inocentes
es
aceptar lo que no se toca,
por
eso el hombre carga con tantas cruces,
las
propias, y las que imagina,
y
así nunca le salen las cuentas.
Reivindico
la necesidad de ser crédulo,
como
la de ser inocente y de rozar aquello
que
no se ve,
no
hace falta que los ángeles bailen en la ciudad
de
Pocabuy, ni que agiten el cielo.
Ser
siendo una sola pluma de una de sus alas
y
sostener, por una vez,
que
todo puede ser posible.
La
amistad empieza con el hilo minúsculo
de la tela de una araña.
Pensar
de otro modo, tal vez,
sólo
tal vez, sea perder generosamente
el tiempo.
Nená de la Torriente
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