sábado, 22 de septiembre de 2012



Los nombres, los límites, las rejas, 
afean los contenidos que nacieron 
para extenderse. 






No sé quién se atrevió a ponerle nombre a la vida, 
al  amor,  a la poesía,
al arte,  a la música,  a Dios,
a un beso,  a una caricia, 
porque cuando recibes de la mano,  o de visita, 
cualquiera de esos gigantes,  las palabras se 
empequeñecen,  son corsés ridículos, 
endebles vallas de madera que una tormenta 
doblaría muerta de risa. 
Sólo sirven para recordarnos de qué condición 
estamos hechos, 
que somos pequeñas cajitas, 
contenedores capaces de llevarse una porción 
del gigante, de cuidarlo,
de ser sus anfitriones,  
de procurarlo día a día. 



Nená de la Torriente