Quién
no quiere ser querido,
arropado,
mimado
en su intimidad más débil,
en
el pliegue desierto de la loma
del
cuidado de la nube.
Quién
en la gravedad del oscuro paisaje
de
su pupila, no anhela la luz de un roce
por
minúsculo que sea, la voz tibia
que
de paso le lleve a la orilla sin nombre.
No
me llores.
No
me llores.
Que
las flores no son flores sin tu nombre,
ni
estos dedos los siento extremos
sin
los tuyos.
Nená de la Torriente