Sigues
la broma de entender
una
voz
-porque
tal y como está la vida
parece
una chanza-,
y
descubres propulsores y
otros
artilugios que antes no
conocías, maravillándote.
Hueles
otros aromas, ríes otras
risas, cantas otras canciones.
Pasas
un día en otra escuela
donde
utilizan un ¡método!,
palabra
fascinante, casi cabalística,
que
tú desconocías.
Y
de algún modo, al día siguiente,
cuando
te miras al espejo,
has crecido un poco
-quizá
medio centímetro-
porque
la alcayata que lo sostiene
no
ha podido moverse.
‘Yo
es que soy así,
no
pienso cambiar,
tengo
un modo de hacer’,
no
hay frases más tremendas.
Nená de la Torriente