Sobrehilada
la hiedra a la albahaca,
a
la buganvilla, a la palmera,
a
la arena húmeda de la tarde,
bajo
tres soles desmedidos.
Uno
al amanecer, con un bostezo de brazos,
otro
alto como un ciprés,
que
nos recuerde lo diminuto del ser
y
la alzada del verbo.
Y un
último sol cercano y naranja,
el
de partida,
que
nos enseñe a bordarnos a ellos
para
no sabernos impares.
Nená de la Torriente
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