de que
en la vida puede haber
dulces
gajos de naranja.
Pequeños
despertares aún sin
los
ojos dibujados en el rostro.
Momentos
mágicos que descubres en ti
a
través de los otros, y no agradeces nunca.
Limoneando,
conoces también el ácido que
conservas, la añada de agrura que debió
ser de menor acedía,
y el tiempo, que lejos
de
haber sido una buena inversión
se
convitió en caprichoso y arbitrario.
Nená de la Torriente