-UN HIPO RESPUESTA-
(He dudado en contestar a esta pregunta que me han hecho
tantas personas, por miedo a herir sensibilidades pero he intentado tratarla
con la mayor claridad y con la menor imprudencia, aunque me temo que hay temas
que requieren una mano izquierda que no poseo, así que beso en cada palabra que
hiera y en cada posible molestia que ocasione)
Y me preguntan que
porqué me desagradan los poetas, y yo me sonrojo, y me sonrojo
porque todos los grupos me desagradan y dentro de ellos unos más que otros, y
lo explico.
Yo escribo versos
es cierto, y muchos, también es cierto, que por cierto –y ya van tres ‘ciertos’
que pueden no ser probables para algunos- está mal visto, porque la cantidad se
asocia a falta de calidad, pero yo en esas cosas no entro.
A mí me agradan
las personas, y me agradan mucho, pero en grupo una persona, suele perder eso
que la vuelve tan especial para mí.
El poeta
normalmente es alguien sensible o se le supone una especial sensibilidad –y ésta es la verdad-, luego tiene que ejercer esa sensibilidad que la mayoría de las veces no tiene. Entra en un círculo de
falsa exquisitez en el que nunca termina de acomodarse bien en la silla, hasta
que da con otros como él que se refugian en lugares apropiados donde fingir esa
pose o mezcolanza de ‘poeta guay’ que se acepta y es aceptado. Para mí son como
festejos de a ver quien dice más ‘curiosidades’ –por llamarlo de algún modo,
porque con tanta cerveza las lenguas se traban y conozco bien sus efectos-.
El poeta
medianamente hábil tendrá una cohorte de seducidos que le harán un flaco favor
con sus halagos, tendrá con ello que mantener el tipo y un requerimiento
constante de lo que se espera de él, amén de ser observado día y noche –puede
que hasta cuando…Sean cuestiones absolutamente privadas- ¿Y en qué se
convierte?
Pues tiene varias
versiones, pero hay dos totalmente distintas.
Una en un estulto,
crecido, burlón, criticón, el típico que se ha tragado una percha y no concede
ni agua al enemigo porque tiene un estatus que defender;
Y la segunda en un
poeta que hace oídos sordos. Construye y deshace a su antojo, y pasa de todos como de comer guindillas del
tamaño de un mango, se expresa libremente aún sabiendo que conlleva perder
amistades o lo que es lo mismo ganarse enemistades, es un poeta valiente, con
un par, un ser humano que ya era así y no renunció a lo que siempre fue: sencillamente, lo que nunca inventó que era.
Entre estas dos versiones
hay infinitud de variaciones de poetas, pero al estar ‘estabulados’ esto es,
agrupados, será difícil encontrar poetas que sean de la segunda opción antes
descrita –aunque afortunadamente los hay
y son un auténtico placer no sólo literariamente hablando-, porque entre los primeros se protegen, se miman, se quieren, se auxilian, se buscan oportunidades, son
como un sindicato –de los de antes claro-.
Luego está el tema
de la sensibilidad antes tímidamente rozado. La sensibilidad no son maneras, ni
gestos más o menos delicados al andar o bajar la cabeza –yo no sé quien pensó
esto en algún momento- La sensibilidad es una capacidad de sentir a los demás y
de empatizar con el medio, salir de uno y volver lleno y darse multiplicado,
regalarse y tomar. Saber pedir perdón, y si tienes mucha sensibilidad y le
sumas educación, nunca necesitarás pedir perdón porque no te hará falta.
Y sí, me he encontrado muchos que se llamaban a sí
mismos poetas, que eran arrogantes, insensibles, faltos de inteligencia,
crueles, pedantes y fervientes creyentes de que el mundo sin ellos sería un
lugar inhóspito, y he pensado ‘por favor, no me llaméis poeta’.
Nená de la Torriente