martes, 5 de febrero de 2013


Cuando alguien te llamó tesoro 
y renuncia a ti sin pelear 
ni eras un tesoro 
ni él era un bravo para ti. 
Yo sólo sé de acantilados 
y de olas rompiendo en la roca, 
una y cientos como una vaca mochando 
un enorme tronco que se desvencija, 
con esa fuerza inconsciente 
que la naturaleza arrima 
-casi de locos- 
que nos sobrecoge hasta la lágrima. 
Por eso me admira tanto el ser humano 
por su implacable capacidad de lucha, 
y su dispo-o-indisposición de retirada; 
por sentidos ocultos,  miedos, 
cautelas vanas,  o por falta de amor en lo 
que le mueve, 
eso que llaman con tintes malditos 
y con desgana: 

Desgranada fe 
perdida en mil laberintos. 




Nená de la Torriente