Cuando
alguien te llamó tesoro
y
renuncia a ti sin pelear
ni
eras un tesoro
ni
él era un bravo para ti.
Yo
sólo sé de acantilados
y
de olas rompiendo en la roca,
una
y cientos como una vaca mochando
un
enorme tronco que se desvencija,
con
esa fuerza inconsciente
que
la naturaleza arrima
-casi
de locos-
que
nos sobrecoge hasta la lágrima.
Por
eso me admira tanto el ser humano
por
su implacable capacidad de lucha,
y
su dispo-o-indisposición de retirada;
por
sentidos ocultos, miedos,
cautelas
vanas, o por falta de amor en lo
que
le mueve,
eso
que llaman con tintes malditos
y
con desgana:
Desgranada
fe
perdida
en mil laberintos.
Nená de la Torriente