Nada
es fácil
aunque
yo ponga color
encima
o debajo de cada cosa,
porque
en el fondo
todo
debería ser menos difícil,
y
esa es mi forma dulce
de
protestar.
Somos
tan poco inocentes,
tan
juiciosos,
que
de pronto nos volvemos niños
cuando
no toca
y
lloramos amargamente.
Ese
equilibrio es un pulso complejo.
Un
día decidí volverme crédula.
Así, en un nacimiento rápido,
en
la tercera puerta al fondo a la derecha,
y
creí y seguí creyendo y creo
-a
pesar del dolor que eso iba a
proporcionarme-
Pero
las cosas no son siempre de colores
como
yo las pinto y lo sé de sobra,
aunque
intento arrimarlas todo el color
que
puedo,
porque
la amargura devuelve desconsuelo
y
dosis más altas de amargura,
y
ese color no le tengo.
Hay
que llorar muchos ríos
para
volver la vista a los colores,
o
tener un espíritu predispuesto,
o tal vez ser un estúpido
o el eterno ingenuo.
Nená de la Torriente