La
carta se abrió
para
buscar un sitio
en
alguna parte.
Ella
sola no podía sobrevivir
ahí
afuera.
La
tinta tiritaba de frío y anunciaba
una
muerte de intenciones.
¡Léeme!, dijo, en un susurro de papel
agónico, y revoloteó
junto
a su sobre de estraza
sujeta
de una sola esquina.
El
sobre perdió su identidad
por
la afinidad con las enormes hojas
de
las plataneras,
ahora
secas y amontonadas.
La
hoja planeó sola, como tantas voces,
como
tantos sueños en busca
de
ser descubiertos.
Aún
hoy con el viento alcanza
alguna
esperanza, tímida ya,
de
ser leída.
La
mayoría del tiempo
permanece
detrás de alguna papelera
o
mal adherida en algún muro.
Nená de la Torriente