En
el pequeño hueco
que
triangulan las líneas
de
mi palma, duerme un deseo.
Cuando
la abro despacio
para
que no escape,
o
para que nadie lo observe,
noto
la fuerza de su anhelo, y
a
veces tiemblo.
Mi
piel lo sostiene perturbada
por
tanta esperanza inquieta.
Y
entonces es cuando recuerdo
a
aquella niña de trenzas
que
decidió no tener deseos
sino
salir a buscarlos,
y
me avergüenzo de retenerlo
como
una lagartija en una lata:
Abro
bien la palma y sonrío,
nunca
hacia atrás, nunca.
Nená de la Torriente