La
tormenta remueve el aspecto
de
los montes,
se
invierten las hojas en su caída.
El
anillo de la ruina juega a las cartas
y
reparte siempre con un ojo cubierto.
El
despejado colma de cólera lo más
alto
pero enseguida se empalaga,
y
baja al llano a mutilar el prado
plácido
y obediente.
Arrolla
a su paso cada minúscula pieza
que
late en la hierba, hasta arrancarla,
y
se la lleva a la boca para escupirla
hasta
lo más alto de los árboles.
Y
la tormenta pasa, como todo pasa,
como
la vida pasa y el amor y el dolor
y
lo que hubo y lo que no;
y
los montes vuelven a ser serenos montes,
pero
ya nadie recuerda el aspecto que tuvieron
antes
de la tormenta.
Nená de la Torriente