No
puedo quitarme el abrigo,
está
lleno de ‘losientos’
cosidos
con largos ‘perdónames’,
y
no puedo sacar los brazos
de
las mangas,
ni
arrancármelo de encima.
Pensé
que me acostumbraría
pero
cuando duermo
se
me clavan los botones,
y
apenas si respiro.
No
puedo negar que he intentado
quemarlo, mojarlo, rajarlo, hasta
morderlo
y a dentelladas romperlo
hilo
a hilo,
pero
con él no he podido.
No
sé de qué extraño tejido, o qué
hábil
manufactura ha creado qué mente,
para
que este obstinado abrigo
no
se olvide de mí.
Nená de la Torriente