Tontamente
fue cayendo en la espera 
de
que un día se arrimara a otro en 
una
cadena buscando las horas que 
una
a una trajesen su nombre de 
alguna
manera. Pero la fortuna del 
tiempo
no supo llevarle la cercanía 
de
unos pasos a dos centímetros de 
su
acera para llamarla por fin por su  
nombre
y se hundió en la angustia 
del
torbellino de la demora que fue 
engulléndolo
por debajo del mismo 
suelo
donde podía escuchar el repiqueteo 
de
los tacones que tal vez fueran de ella. 
Porque
no hay nada peor que esperar 
siempre
lo que uno anhela y sentirlo pasar 
por
un espacio diferente e inaccesible 
para el que aguarda con tanta prórroga. 
Nená de la Torriente
