Me
cuesta respirar
en
este espacio tan pequeño.
Cubro
mi cara y pienso
que
estoy en una estepa
o
en una desolada carretera
de
Castilla, donde parece que
Dios
puede alargar la mano,
¡engaña
tanto el horizonte!
Me
digo ¡venga respira,
no
llores, estás bien, pasará!
Pero
derrocho una lágrima inútil,
tan
injusta como tantas voluntades
estúpidas
de este mundo.
Porque
el que sufre no soy yo,
es
el que no tiene qué llevarle
de
comer a su familia,
el
que tiene sobre sí la amenaza
del
desahucio, el que ha perdido
lo que más quiere, y
tantos
otros con sus heridas.
Por
eso cada lágrima que se escapa
me
hace sentirme doblemente
infeliz, por egoísta y ciega,
aunque
no sepa evitarlo.
Nená de la Torriente