martes, 26 de febrero de 2013


Me cuesta respirar 
en este espacio tan pequeño. 
Cubro mi cara y pienso 
que estoy en una estepa 
o en una desolada carretera 
de Castilla,  donde parece que 
Dios puede alargar la mano, 
¡engaña tanto el horizonte! 
Me digo ¡venga respira, 
no llores,  estás bien,  pasará! 
Pero derrocho una lágrima inútil, 
tan injusta como tantas voluntades 
estúpidas de este mundo. 
Porque el que sufre no soy yo, 
es el que no tiene qué llevarle 
de comer a su familia, 
el que tiene sobre sí la amenaza 
del desahucio,  el que ha perdido 
lo que más quiere,  y 
tantos otros con sus heridas. 
Por eso cada lágrima que se escapa 
me hace sentirme doblemente 
infeliz,  por egoísta y ciega, 
aunque no sepa evitarlo. 



Nená de la Torriente