Todos
piensan en la placidez
de
un prado de hierba recién cortada,
porque
no han tumbado sus espaldas
sobre
esos tallos picudos
y
enojosos.
Allí, en la hierba alta, donde hundir el cuerpo
y
quedarse mullido,
allí
está la siesta.
No
tan alta que pase por encima
una
enorme vaca
y
con sus enorme ojos te mire extrañada
con
una pezuña cubriéndote la boca
-más
bien fracturándote la quijada-,
lo
justo de alzada para que el sueño manso
se
arrime a tus ojos confiado de
que
no hay más peligro
que
el de alguna hormiga.
Ese
es el paraíso del sueño,
el
paraíso verde de mil olores,
aunque
despiertes con seis habones
de
seis insectos distintos.
Nená de la Torriente