martes, 5 de febrero de 2013


No nacían las olas solas 
alrededor de tu cuerpo. 
Jugaban como juegan los niños 
en el bosque de eucaliptos. 
Me evocaban tantos olores que 
la memoria se perdía en el agua. 
Burbuja a burbuja subían mis 
pensamientos para estrellarse 
en tu boca, 
ahora eran tuyos, 
tú el guardián de mi mente 
y de mi desnudez. 
Podías mirarme los labios, 
los ojos,  mi pecho o mi sexo 
y leerme entera, 
porque toda entera estaba hecha de 
versos nuevos, 
pero temías que me diluyera en el agua. 
Miré tus ojos cuando te sonreía y 
contemplé tu miedo, 
miedo a perderme, 
a que me borrase con la marea, 
y comprendí que al leerme  
no habías sabido descifrar el argumento: 
Soy para estar siempre,  y siempre 
en el instante que tú me tengas. 



Nená de la Torriente