No
nacían las olas solas
alrededor
de tu cuerpo.
Jugaban
como juegan los niños
en
el bosque de eucaliptos.
Me
evocaban tantos olores que
la
memoria se perdía en el agua.
Burbuja
a burbuja subían mis
pensamientos
para estrellarse
en
tu boca,
ahora
eran tuyos,
tú
el guardián de mi mente
y
de mi desnudez.
Podías
mirarme los labios,
los
ojos, mi pecho o mi sexo
y leerme entera,
porque
toda entera estaba hecha de
versos nuevos,
pero
temías que me diluyera en el agua.
Miré
tus ojos cuando te sonreía y
contemplé
tu miedo,
miedo
a perderme,
a
que me borrase con la marea,
y
comprendí que al leerme
no
habías sabido descifrar el argumento:
Soy
para estar siempre, y siempre
en
el instante que tú me tengas.
Nená de la Torriente