Renuncio
a aquellos que no
me
han comprendido, ni solicitan
una
alcancía donde introducir
sugerencias.
Me
retiro de los campos de secano
donde
no huele a hierba, sino
a
frecuente locuacidad sin músculo.
Abro
mis manos a los inquietos
de
corazón que no miran el atavío,
sólo
las pupilas y en ellas la luz que refleja
el
mundo.
Despido
a los acotados, a los que se venden
al
prejuicio, a los que mantienen las formas,
a
los que se creen dioses en una lonja
de
discípulos.
Me
abrazo a los vilipendiados, a los sin patria,
a
los que caminan solos, a los que luchan
por
defender a todos sin sufragar a una bandera.
Doy
casa a los que aprecian,
por el empeño de respetar y acercarse al otro
de la mejor manera que consideran posible.
Y doy vino a los que se aman sin miedo al
tiempo,
al resto,
a las paredes,
a las bocas del
vecino,
al amigo/enemigo,
a ese, al otro,
a la nube viajera.
Nená
de la Torriente