En
esta sala
entre
pulmón y pulmón,
ahora
opaca, ahora luminosa,
se
conciben muchas cuestiones;
pensarás
que de eso se ocupa el juicio
tan
acostumbrado
a
sus estructuras formales.
Cada
parte del cuerpo tiene
departamentos, no organizados
como
la organizada desorganización
de
la mente,
con
sus pequeños bargueños,
y
sus espacios que ocupar.
Allí
se preguntan cosas y a veces
se
resuelven, otras, tardan mucho
en
ser resueltas.
El
pie se ocupa de su huella
y
juega a hacer abanicos sobre la arena
húmeda, descubriendo su peculiaridad,
también
su gozo en noches de vaguedad
y
abandono, recorriendo la finitud de otro cuerpo.
Las
piernas son muy complejas y tienen
puntos
estratégicos como todo ejército,
saben
y conocen poco a poco como ser sitiadas
y
como enamorar.
Las
manos y los ojos, son dos tratados a parte,
con
volúmenes inmensos, de tanto que se
han
indagado ellas mismas.
Pero
en esa sala entre pulmón y pulmón
hay
un mecanismo dispar y atolondrado
como
un nido de golondrinas
que
no sabe bien cómo ni dónde,
y
siempre anda esperando ruidoso
que
le traiga madre comida.
A
veces se queda tan vacío que el viento
al
cruzarlo forma una ola redonda,
clavándonos las pequeñas pajitas de su casa,
y
el dolor es tan acerado que nos llevamos
la
mano al pecho,
y
otras, está tan lleno, y su alboroto es tan
estrepitoso
que igualmente duele,
hasta
su peso gratamente nos sorprende,
y
nos llevamos con distinto ademán
pero
de igual manera la mano al pecho.
Nená de la Torriente