Los
seres humanos ocupamos los días
como
púgiles en cuadriláteros, y
ni
nos damos cuenta.
Es
esa eterna agresión hacia el otro
porque
no eres tú,
porque
te invade,
porque
no te entiende,
porque
no te valora,
porque
es mejor
o
porque puede llega a serlo.
Es
el desprecio, la distancia necesaria
para
que no te tome del brazo,
para
que no se quede con tu grano de café,
para
que ignore lo que desconoces
y
tus pequeños pecados.
Pero
ese desdén que marca la distancia
en
unos palmos,
no
tarda mucho en convertirse
en
aversión, en división permanente.
Los
rostros se vuelven opacos,
se
marcan las arrugas,
pretéritas
las sonrisas a la niñez
del
pan con chocolate, y
uno
cree que estar en alguna lucha
le
devuelve la humanidad que no tiene.
Nená de la Torriente