Cuánta
soledad hay entre los vivos
dicen
los muertos.
Se
aferran al sexo como el único hilo vital
de
energía traducible, se enganchan,
se
desenganchan, es su lenguaje primitivo.
Siempre
está ahí día tras día,
década
tras década.
Es
el roto, el rasgado en la tierra
con
las orejeras del arado.
Él, sujeto a la esteva empuja la cama
y
las bestias tiran, marcándola en hondo
a
ella, que aguarda la simiente y la lluvia
y
el gozo del sol y su fuerza.
Al
caer la tarde la tierra busca
la
ternura y el mimo
y
atrae al de manos encallecidas
hacia
la humedad de su dominio.
Saca
lo mejor de él, quizá esa emoción
guardada
en el bolsillo viejo,
de
la misma camisa que llevó su abuelo.
El
sexo, tiene más de tierra que de sangre,
de
vida que de recreo, pero es el juego
con
más teclas, fichas
y
términos inventados, que ha sabido
concebir
el hombre.
Nená de la Torriente