No
tengo prisa para no llegar
a
ninguna parte.
No, no tengo prisa
para
apagar la luz,
para
cerrar la puerta
si
después hay que abrirla,
para quedarme dormida
en
algún sofá de alguna sala,
que
posiblemente no conozco.
No
tengo prisa por decir hola
para
tener que decir al poco un adiós,
o
besar para tener que despegar
con
lástima los labios.
Tomar
aire para expulsarlo,
abrazar
para soltarme, llorar
para
enjugar mis lágrimas.
No
tengo prisa, no, ninguna.
Después
de la batalla, la herida,
después
de la herida un descanso
y
otra nueva pelea, y así moverse
para
deshacer lo andado.
¿Para
qué voy a tener prisa?
Nená de la Torriente