-Hipo del 21 de marzo-
Cuando eres tú
mismo pagas siempre unos aranceles muy altos, porque la política se interpone
para darte topetazos en la nuca con la palma abierta.
Eso lo sabes desde
la niñez, cuando no sabías callar y te
pellizcaban en partes blandas
-porque el niño
pocas partes tiene que no sean blandas-, y te limitabas a decir un ¡au! y poner un gesto mohíno.
Eliges muchas
veces a lo largo de tu vida, pero eso es otra historia.
Siempre he pensado
que lo que tengas que decir bueno de alguien, dilo, y si es malo, cállatelo.
Pero este sistema no funciona siempre.
Alguna vez hay que
decir cosas que no son tan agradables, porque no hacerlo es una perversión y
una grave inconsecuencia. Sé que las formas dicen mucho de nosotros pero ni
mucho menos todo.
No os podéis ni
imaginar lo que supone vivir veinte años en una isla pequeña, donde todo el
mundo se conoce y habla, -la verdad es que yo tampoco me lo puedo ni imaginar porque
he vivido muy al margen de todo, en mi búnker particular- pero justo ahora que
estoy saliendo he mirado de reojillo.
Cada palabra, cada gesto tiene un peso.
Cada palabra, cada gesto tiene un peso.
Siempre he hablado
como si estuviera en un patio de colegio, niñas y niños todos iguales, el ser
humano es siempre el mismo. Cuando hablo no hay intención manifiesta si digo qué guapa! o qué
guapo!, son cosas normales de suyo, al menos para mí. Aquí nada es normal.
Espero que en
algún sitio lo sea, en cualquier caso me da igual, no voy a callar algo que
considere bueno por las posibles interpretaciones. En esto no sólo radica ser
uno mismo, sino en muchas otras cosas claro, pero lo que el otro ve son tus
formas.
Soy afectiva,
mucho, porque no serlo me parece perder segundos de vida, ya no por mí, por
todos, es casi una fórmula vital, eso no quita que tenga muchísimo carácter
cuando me enfado y quiera hacer valer mis derechos, que a veces parece que el
mimo se asocia con una especie de memez congénita.
En ocasiones, es
lastimoso cuando eres tierna con alguien que no es de tu sexo, y le ves haciendo
un gesto de ¡mira, la tengo en el bote!, porque te das cuenta de la cantidad de lenguajes que hay y
de la imposibilidad de que todos coincidan, pero es inevitable. No hay chascos,
hay problemas de incomunicación, y son lógicos en mucha medida. Lo que he
aprendido es que las formas amables y afectivas invitan a otras similares, son
adictivas en cierto orden de seres humanos y eso es bueno.
En determinadas
edades se las rechaza, porque la rebeldía viste más y todo esto del afecto, lo ven como una pseudo fiesta del Flower
Power, y la verdad, nada más lejos.
Nená de la Torriente