Te
tenía preso
en
la solapa del abrigo.
Preso
en el aire que circulaba
por
mi boca.
Cautivo
en uno de mis rizos
volteando
enloquecido
sin
que me diera cuenta.
Tuve
que dejar la naturaleza
más
viva y llenarla de humo
del tráfico.
Obstruir la luz virgen
de
un sol incansable
por
el parpadeo tuerto
de
los semáforos.
Enredarme
en un metro
cada
día, con miles de pasos,
para
darte la oportunidad de huir.
Nená de la Torriente