Ligeramente
cargado
con
los zagueros propósitos,
se
llena el último vagón
del
tren correo,
el
de las 11 y media.
Ni
el brillo plata que la luna
regala
a sus rectangulares ojos
le
hacen parecer menos
perdido, aniquilado,
fuera
de juego y de todo
final
de trayecto.
Siempre
llega tarde
como
todo lo que se formula
cuando
la respuesta nace antes,
pero
ellos ya lo saben.
Así
muchos otoñales, con sueños
averiados
y manos llenas de calidez
inesperada,
andan
buscando una estación
sin
señas, que saben que existe
pero
no dónde.
Nená de la Torriente