-Primicerio-
Aquel
que llegó, que fue,
que
consiguió despegar mi vuelo
por
primera vez a una edad temprana.
Yo
tan tímida, oculta a sus ojos,
todo
el rubor del mundo en mis mejillas.
De
doce a y cuarto, todos los días,
sólo
por verle pasar
con
su paraguas negro como bastón.
Mi
lord le llamaba yo, tan elegante,
tan
ensoberbecido, tan majestuoso.
Me
sentaba en un banco de madera
con
la carpeta sobre el pecho a esperar,
y
cruzaba puntual con su paraguas, cualquier
día
del año, con los andares más elegantes
que
jamás había visto.
Pasó
el tiempo y una niña se sentó junto a mí,
me dijo con voz áspera:‘Se llama Ramón’.
¡Horror!
¿Cómo
aquel lord de exquisito paso y formas
-más
exquisitas aún- podía llamarse Ramón?
No, aquello era una broma de los sentidos.
Una
crueldad del vocabulario.
No
sé que me ocurrió,
pero
aquel Ramón borró la imagen
de
su caminar asido a un elegante paraguas,
fue
algo lapidario.
Nená de la Torriente