sábado, 23 de marzo de 2013


-Primicerio-

Aquel que llegó,  que fue, 
que consiguió despegar mi vuelo 
por primera vez a una edad temprana. 
Yo tan tímida,  oculta a sus ojos, 
todo el rubor del mundo en mis mejillas. 
De doce a y cuarto,  todos los días, 
sólo por verle pasar 
con su paraguas negro como  bastón. 
Mi lord le llamaba yo,  tan elegante, 
tan ensoberbecido,  tan majestuoso. 
Me sentaba en un banco de madera 
con la carpeta sobre el pecho a esperar, 
y cruzaba puntual con su paraguas,  cualquier 
día del año,  con los andares más elegantes 
que jamás había visto. 
Pasó el tiempo y una niña  se sentó junto a mí,  
me dijo con voz áspera:‘Se llama Ramón’. 
                             ¡Horror! 
¿Cómo aquel lord de exquisito paso y formas 
-más exquisitas aún- podía llamarse Ramón? 
No,  aquello era una broma de los sentidos. 
Una crueldad del vocabulario. 
No sé que me ocurrió, 
pero aquel Ramón borró la imagen 
de su caminar asido a un elegante paraguas, 
fue algo lapidario. 



Nená de la Torriente