Volvían
peregrinas las palabras a mi boca,
y
apenas levantaba
la
mayúscula la primera de ellas.
Venían
ateridas del frío de los días
esperando
encontrarme con la luz encendida.
Las
dejé pasar y las puse un abrigo,
y
en bajito las dije que su casa
siempre sería esa.
A
la mañana siguiente ya habían partido
y
me dejaron la huella de su peso en la lengua.
Podía
leerse:
Nunca
dejaremos de explorar el mundo.
Nená de la Torriente