Que
me pille escribiendo
la
tos, la fiebre, el vendaval,
con
sus continuos golpes de viento,
como
puños incansables en los muros
sin
descarnarse.
Que
me encuentre sorda y laborando
las
palabras que tengo que decirte.
Que
no me detenga nada,
ni
mi voluntad siquiera pueda quebrarla
una
minúscula lágrima,
que
ese manantial está vendido a la
irreverencia
de los hombres y
a
su más temprana inclemencia.
Nená de la Torriente