Cuando
te tropieza el suspiro
le
miras como si fuera
la
primera vez que aparece.
No
haces preguntas,
abres
los ojos como Heidi
y
te detienes un segundo.
Tu
vida pasa deprisa girando
como
sólo puede en su geometría,
los
ángulos siempre se quedan
fuera.
Te
tumbas, recoges las piernas despacito,
juntas
las manos y apoyas la cabeza.
Sólo
quieres suspenderte, vacar.
La
niña que hay en ti, la que nunca se marcha
juega
a hacerse mayor y escuchas sus risas
por
el pasillo largo de la Casona.
El
olor del carmín de abuelita y el miedo
a
que me pille curioseando sus cosas
me pellizca el estómago.
Miro
el cielo y sé que es aquel
y
que tal vez ahora lleve el mismo carmín
que ella,
y
sigo escuchando mis pequeñas
risas por
el pasillo.
Nená de la Torriente