No
somos robots animados
por
una especie de acto de obediencia.
No
somos flechas disparadas sin
voluntad
para el retroceso,
ni
mucho menos cascadas de agua
en
eterno derrame.
En
nuestro imperfecto suceder
nos
golpean enormes olas, nos atascamos
en
remolinos de viento,
nos
atraviesan flechas y nos enamoramos
-o
eso creemos-
de
robots en actos delimitados de obediencia,
pero
nos damos cuenta tarde,
cuando
hemos perdido el paso y la cabeza,
y
nos da pereza la idea de volver a empezar.
Somos
así de indolentes.
Nená de la Torriente