no
existía la lluvia,
reía
cuando no se despeñaban
los
montes, ni las palomas
alzaban
el vuelo.
Ella
amaba cuando los poetas
no
sabían, no escribían más que
garabatos
inconcebibles
y almibarados.
Ella
era tierra,
cuando
tú y yo sólo barro.
Tú
dices que no te arrepientes
de
nada, que lo dejarías tal y
como
lo has vivido, y yo te comprendo.
Yo
lo que digo es que no me tomen nota
en
este restaurante, que me olviden.
Comí,
me indigesté unas veces,
otras
sentí el gozo del plato bien guisado,
pero
pudo no ser siendo, porque todo
es
sugestionable a una nota,
que
no es más que una opinión
-el
número 2 de Pitágoras-.
Sinceramente
creo que la vida
es
una pasada –término ordinario de suyo-,
es
una oportunidad única,
más
que un regalo
-aunque
tenga una teoría
sobre
ellos-,
posiblemente
de mi tatarabuelo
al
que llamaban ‘el Demo’
-de
Mefistófeles, no nos vamos a
andar
con chiquituelas-,
el
rubio más culto y de ojos de un azul
penetrante,
siempre embozado en su capa
negra
y maldiciendo todo lo que se perfilaba.
Un
‘cabrónido’* de su época.
Nená de la Torriente
*Mis licencias