martes, 26 de marzo de 2013


Ella ya lloraba cuando aún
no existía la lluvia,
reía cuando no se despeñaban
los montes, ni las palomas
alzaban el vuelo.
Ella amaba cuando los poetas
no sabían, no escribían más que
garabatos
inconcebibles y almibarados.
Ella era tierra,
cuando tú y yo sólo barro.
Tú dices que no te arrepientes
de nada, que lo dejarías tal y
como lo has vivido, y yo te comprendo.
Yo lo que digo es que no me tomen nota
en este restaurante, que me olviden.
Comí, me indigesté unas veces,
otras sentí el gozo del plato bien guisado,
pero pudo no ser siendo, porque todo
es sugestionable a una nota,
que no es más que una opinión
-el número 2 de Pitágoras-.
Sinceramente creo que la vida
es una pasada –término ordinario de suyo-,
es una oportunidad única,
más que un regalo
-aunque tenga una teoría
sobre ellos-,
posiblemente de mi tatarabuelo
al que llamaban ‘el Demo’
-de Mefistófeles, no nos vamos a
andar con chiquituelas-,
el rubio más culto y de ojos de un azul
penetrante, siempre embozado en su capa
negra y maldiciendo todo lo que se perfilaba.
Un ‘cabrónido’* de su época.



Nená de la Torriente

*Mis licencias