martes, 12 de marzo de 2013


Si te dijera que toda la dulzura 
del mundo cabe en un plato 
de sopa, 
pensaría que hablo un lenguaje extraño. 
Pero no. 
Cuando ves a dos niños con hambre 
y uno le da al otro su plato de sopa, 
sientes nauseas por el mundo que sostienes 
a tu espalda, 
por el mundo que sin querer defiendes 
para protegerte a ti mismo. 
Y te preguntas como aquí, 
en este mismo suelo, 
un ser humano diminuto 
puede alcanzar esa humanidad dulce, 
cómo le nace. 
Yo miro por encima del hombro y veo envidia, 
traición,  egoísmos acérrimos, 
hurtos,  venganza,  ira,  vanidad,
tráfico de muertes, 
rencores viejos de viejas guerras, 
‘al enemigo ni agua’, 
y me pregunto, 
¿pero quiénes son vuestros amigos,  babiecas? 
¿Podéis de verdad dormir tranquilos? 



 Nená de la Torriente