Si
te dijera que toda la dulzura
del
mundo cabe en un plato
de
sopa,
pensaría
que hablo un lenguaje extraño.
Pero
no.
Cuando
ves a dos niños con hambre
y
uno le da al otro su plato de sopa,
sientes
nauseas por el mundo que sostienes
a
tu espalda,
por
el mundo que sin querer defiendes
para
protegerte a ti mismo.
Y
te preguntas como aquí,
en
este mismo suelo,
un
ser humano diminuto
puede
alcanzar esa humanidad dulce,
cómo
le nace.
Yo
miro por encima del hombro y veo envidia,
traición, egoísmos acérrimos,
hurtos, venganza, ira, vanidad,
tráfico de muertes,
rencores
viejos de viejas guerras,
‘al
enemigo ni agua’,
y
me pregunto,
¿pero
quiénes son vuestros amigos, babiecas?
¿Podéis
de verdad dormir tranquilos?