Cada
semilla en el vientre
señalado.
Cada
voz en su cuenco.
De
una roca el frío distinto
al
de otra.
El
agua templada de una poza,
fría
de una cascada.
Tus
labios amargos, los suyos
tibios
y caramelizados
como
las manzanas dulces
de
las verbenas.
El
vals de las velas, vigilado,
el
sexo en el prado, en arrebato.
Todas
las cosas en su sitio,
como en
su sitio se pierden con los años.
Las
cuentas de un collar de perlas
japonesas, que no perdieron aquel azul
de los ríos,
aunque no dejaran de soñar con los azules
de los océanos.
Nená de la Torriente