miércoles, 6 de marzo de 2013


Cada semilla en el vientre 
señalado. 
Cada voz en su cuenco. 
De una roca el frío distinto 
al de otra. 
El agua templada de una poza, 
fría de una cascada. 
Tus labios amargos,  los suyos 
tibios y caramelizados 
como las manzanas dulces 
de las verbenas. 
El vals de las velas,  vigilado, 
el sexo en el prado,  en arrebato. 
Todas las cosas en su sitio, 
como en su sitio se pierden con los años. 
Las cuentas de un collar de perlas 
japonesas,  que no perdieron aquel azul 
de los ríos, 
aunque no dejaran de soñar con los azules
de los océanos. 



Nená de la Torriente