Adoro
tu voz
cada
día que recuerdas
mi
presencia a tu lado,
tu
constancia,
ese
paso que das siempre
hacia adelante.
Arde
mi cadera cuando me pintas
con
una sonrisa y con otra,
y
con otra,
y
con otra,
y
me lavas por dentro como
a
una niña buena
que
no ha pecado nunca.
El
pulso se me escapa hacia tu costa
seducida
como la serpiente
al
destapar su cesta.
Nená de la Torriente