Ando
de tu mano,
andas de mi mano.
Debe
ser molesto, sentir los tirones
de
un peso muerto que a veces te adelanta y
otras
torpedea tus pasos cuando llevas prisa.
No
creas que es a traición esto, acabo de darme
cuenta,
de esta fatiga de pasos impares,
con
distintos números.
Es
este chicle que se quedó enganchado a nuestras mangas
y
yo me sujeté a tus dedos
porque no fueran colgando
-me
parecía ridículo, la verdad-.
Tampoco
me dijiste nada tú,
así
quedamos, como siameses,
unidos
por un chicle usado.
Para
que luego me hables del destino,
lo
que pasa es que somos unos guarros.
Nená de la Torriente