Quiérete, quiérete tanto
que
no reclames a otro,
pero
tanto,
que
la propia exigencia de ti
no sea
necesaria.
Quiérete
con paciencia infinita,
sin
reproches,
sin
la palabra pecado,
sin
temor al disparate.
Enséñate
a madrugarte en la pereza
de
los encuentros
y
amanece a cada instante.
Búscate
allí mismo, donde duele,
y
rescátate,
escapa
de todo lugar donde no seas
bien
recibido
e
invade la vida con sus propios
misterios.
Nená de la Torriente