Cuánto
te ha de doler la brisa
cálida
de la tibia mañana
si
te piensas pescadito de mar.
Cuánto
esos balsámicos olores
de
monte, o más allá
el
olor dulce de la gasolina.
¿Qué
hallarán tus ojos en este mundo
de
colores sin agua
más
que pesar y sequía?
De
buscar una salida, en tu enemigo,
el
pescador que te engaña,
pues
el conoce tu mundo y éste que
te
asfixia.
¿Pero
cómo acercarte a él sin que te ase,
sin
que te meta en un cubo y te venda?
¿Cómo
hablarle, cómo tentarle para
que
te devuelva?
Sólo
síguelo,
síguelo,
no
muy de cerca,
donde
esté él estará tu casa.
¡Ay pescadito, tal vez descubras
que
tu hogar no es el inmenso océano!
A
menudo pensamos que nuestros males
residen
donde jamás han estado.