jueves, 22 de agosto de 2013

-Un hip-

Cuando repaso las líneas del teclado, 
los cantos de la mesa, 
las cuerdas de la guitarra, 
las púas de ese peine que no uso, 
las arrugas de mi vestido de algodón, 
soy consciente de lo poco acariciados 
que estamos. 
Ni siquiera estamos educados para la 
caricia,  para recibir el tacto de otro 
sin miedo,  con esa sencillez como el viento 
envuelve las hojas de los árboles o  
mueve las hierbas altas delicadamente. 
Nos molesta que nos toquen,  que tropiecen 
aunque sea sin querer,  que nos rocen. 
Nuestro espacio es sagrado,  es un búnker 
invisible de protección y euritmia. 
Salimos de él para ser quien posa los dígitos 
sobre las cosas, 
para decidir qué tocamos, 
cuándo lo hacemos y de qué modo. 





Nená de la Torriente