Respiro
hondo y aprendo
de
lo menudo, de la fragilidad del instante,
de
lo breve del beso, de lo inconstante del nosotros.
No
sé cuantas veces debo aprender esto
para
llegar exactamente al mismo punto,
y
conseguir trocarme en otra estalactita mucho
más
densa.
Doy
una voltereta y me sacudo las estrellas
de
las pupilas, a veces se clavan en el iris
y
escuecen, hacen que vea colores donde sólo
había
grises, o una gama de pigmentos distintos
que
sólo se buscaban a sí mismos.
Me
peino despacio y sonrío, los amaneceres
siguen
siendo prodigiosos, a mi manera míos,
a
su manera suyos, abluciones de un ahora estoy
y
sigo,
y
me tengo en lo que soy, razonable y loca,
apasionada, tierna y la eterna defensora
de
las causas perdidas, hasta que se pierden de vista
en
la línea del horizonte.
Nená de la Torriente