Audaz
el viento se cuela
en
las hojas de las palmeras,
como
huesos largos de ahusados
dedos
en inmensas manos.
Desde
la ventana se vacía el olor
a
cuerpos e irrumpe el olor a sal
y
a robo de memoria.
La
mañana limpia las noches en vela,
los
pecados del pensamiento,
las
ciento una negaciones,
y
los golpes en el suelo de la carne.
No
amanecemos al tiempo,
el
color se muestra con una escala
de
verdades dolorosa,
hasta
que culmina el naranja en oro
y
uno se disuelve en sí mismo
sin
hacer preguntas.
Nená de la Torriente