Si
estaba roto el porvenir
¿por
qué no vinieron a avisarme
los
picajosos duendes?
Si
fuese así,
las
náyades siguieron silbando
sin
descanso,
tercas
por verme avanzar sin tino,
y
la distancia sin confín se burló de mí.
Si
el cielo no era dueño de su color
y
las aves no eran libres,
¿por
qué no me detuvieron en mi intento
tan
desesperado como estéril
y
me dejaron sola,
con
esta espuerta de versos a ninguna parte?
¿Contra
qué dique querían que me diera de bruces?
¿A
qué albañal debía arrojar mis ansias?
Si
estaba roto el porvenir,
¿por
qué no me quedé dormida bajo la encina?
Nadie
vino a buscarme
ni
a detener mi vuelo.
¿Acaso
estaba escrito mi desvarío en tus hojas?
¿Para
qué este inútil desafío?
No, os equivocáis.
Nená de la Torriente