Nos
queda una intelectualidad
que
consume autores,
no
los digiere, los memoriza,
como
quien mastica
hojas
de guías telefónicas.
Nos
queda una forma de amar
que
no quiere cambiar
por
llevarse bien con la tosquedad,
que
no se detiene
a
sentir, a pensar
quién
es ese otro yo a quien quiere.
Nos
queda un puñado de alubias
en
un cajón que
se
han quedado secas,
porque
nadie sabe guisarlas.
Nos
quedan ríos llenos de peces
que
nadie sabe pescar, y
campos
por allanar para hacer huertos
que
jamás serán cultivados.
Nos
quedan buzones taponados
con inútil publicidad
y
ordenadores calientes,
personas
que no se tocan
si no es para tener sexo.
Nos
queda la visión del mar
como
un increíble e inmenso sumidero,
y
una luna que no puedes ver
si
estás en una gran ciudad.
Nená de la Torriente