Tú
me enseñaste que debía quererme
como
se quiere la luna redonda
en
noches sin ninguna estrella.
Me
enseñaste que debía quererme
como
el ramillete de amapolas
que
se abre con orgullo
para
recibir al rocío.
Tú
me enseñaste a golpear la ventana
y
sentir que el sol me besaba sólo a mí
en
las mejillas.
Me
ayudaste a verme bonita, como
un
caleidoscopio de infinitas piezas.
Tú
me enseñaste que siempre, siempre,
debía
quererme a la altura de los ojos.
Nená de la Torriente