La
ventana se ha roto y el poema se ha fugado.
Yo
no quería, codiciosa de mí.
No
sé en qué estaba pensando,
nos
asfixiaríamos juntos, y todas las plantas
de
la casa, hasta las moscas amotinadas
irían
cayendo.
¿Quién
le niega el aire a lo que está vivo?
Ahora
que veo correr a las nubes, y
distingo
a lo lejos el bamboleo de los árboles,
miro
mis brazos e intento imitarlos.
Me
siento un árbol chiquito intentando
echar
raíces sobre un suelo de terrazo.
Me
detengo.
Trato delicadamente de imitar a la nube,
pero
no puedo flotar como ella, me caigo.
Sé
que la gravedad de ser pensante es una suerte
y
es un castigo,
a
veces no quiero pensar que pienso,
quiero
ser nube u hoja de árbol.
Si
la lluvia me llevara, como se lleva en reguero
las
gotas de agua, qué divertido sería,
como
cuando lloro y me abandonan las lágrimas
y
no pueden volver a mis ojos,
ni
esa lluvia a la nube de donde parte,
a
otra nube tal vez, y yo quizá a otros ojos
que
miren distinto.
La
ventana se ha roto y el poema se ha fugado.
Yo
no quería, codiciosa de mí,
aunque lo entiendo,
estaban
hartos de mí, y
de
estas locuras interminables.
Nená de la Torriente