Tengo
dos cuellos,
uno
el de todos los días y
otro
que se alarga y se estira
para
ver el horizonte es su vertebral
línea.
El
primero siempre tropieza con la barbilla
por quejarse de cada injusta manifestación
que
en la calle y en la cocina se acomete,
parece
que tiene vida propia;
Se
contrae, se retuerce, parece infeliz
y
siempre es cuello comprometido.
El
otro es de tacto fino
-no
sólo porque su extensión le procura tersura-
sino
por su delicada intención y arresto,
que
se pasa el día avistando cielos y sueños
de
prosperidad y ternura, allí donde el ser
humano
sólo esperaría el derribo,
y
en su propia naturaleza, el cuerpo escombro.
Es
un cuello feliz, no es infantil ni ilusorio,
contiene
la realidad de la esperanza primera,
el
poder de esa herramienta ignífuga que mantiene
a las almas vivas.
Nená de la Torriente