viernes, 9 de agosto de 2013





Tengo dos cuellos, 
uno el de todos los días y 
otro que se alarga y se estira 
para ver el horizonte es su vertebral 
línea. 
El primero siempre tropieza con la barbilla 
por quejarse de cada injusta manifestación 
que en la calle y en la cocina se acomete, 
parece que tiene vida propia; 
Se contrae,  se retuerce,  parece infeliz 
y siempre es cuello comprometido. 
El otro es de tacto fino 
-no sólo porque su extensión le procura tersura- 
sino por su delicada intención y arresto, 
que se pasa el día avistando cielos y sueños 
de prosperidad y ternura,  allí donde el ser 
humano sólo esperaría el derribo, 
y en su propia naturaleza,  el cuerpo escombro. 
Es un cuello feliz,  no es infantil ni ilusorio, 
contiene la realidad de la esperanza primera, 
el poder de esa herramienta ignífuga que mantiene 
a las almas vivas. 





Nená de la Torriente