Disimulado
queda ese olor a sal
y
la caracola marina en el rizo de mi pelo,
pero
no vendrán otras cosas,
tantas, que caen una a una mis pestañas
para
plantarse en su suelo.
Ya
no eres de ninguna parte,
tampoco
eres de todas,
tal
vez nunca haya un lugar donde mis huesos
busquen
un destino con orgullo de procedencia.
Eso
de vivir aquí dentro sin relojes
pasa
factura, y las horas de avión,
que
primero fueron de trenes,
y
aquellas otras por pura diversión en coche.
Demasiados
kilómetros para sacarle la lengua
a
las vallas, para comprobar lo cerca que está todo,
y
la lejanía que existe con el propio cuerpo.
Uno
se despega de los sitios despacito,
viviendo
de recuerdos estrechos que se instalan,
y
que van constituyendo otra realidad.
Nená de la Torriente