Yo
a usted lo quiero,
hombre, persona desconocida.
Extraña
presencia ausente
que
está siempre conmigo,
sin
importar el modo.
Compañero
de estancias cerradas
a
los ojos de órbitas húmedas.
Amigo
sin entender el cómo
ni
desde cuando, acaso el porqué
fuese
un día una pregunta.
Yo
a usted lo quiero,
muchacho, persona, ser desconocido,
brillante, humilde, complejo,
dubitativo, íntimo fárrago como el mío,
pero
muy distinto a este yo que me acompaña.
Fiel
a sus fieles, tal vez alguna vez con delirio,
amigo
de sus amigos.
Yo
a usted lo quiero,
alma, espejo de un universo más racional
que
emotivo, consciente de una consciencia
sin -o con, de variable escalón- prejuicio,
sin
examinar aunque lo crea.
Mi
amigo,
yo
a usted siempre lo quiero.
Nená de la Torriente