viernes, 9 de agosto de 2013

Tenía tanta hambre de inocencia 
que creer no era un acto de valentía, 
ni un optimismo fatuo o altruista. 
Creer,  con las manos abiertas sin hacer 
preguntas,  sin rebuscar en la faltriquera 
verdades o mentiras, que serían sólo piedras 
de un río con insuficiente agua 
para llevar en su caudal peces,  la vida, 
y eso era lo único que importaba. 

Tenía tanta hambre de ternura 
que querer no era un acto de valentía, 
ni un esfuerzo doloroso o una amenaza. 
Querer,  con el corazón como una ventana 
despejada de vidrios donde se colase cualquiera, 
sin preguntar el nombre o las intenciones, 
porque eso no interesaba, 
la ternura devolvería ternura 
y eso era lo único que importaba. 

Tenía tanta hambre de justicia 
que luchar no era un acto de valentía, 
ni una bravuconada sin juicio. 
Luchar,  con la sensatez del que sabe que sólo 
se lucha si no se pasa por encima 
de ningún occiso, 
si no se humilla para alcanzar finalidades, 
porque no hay lucha que justifique la herida 
ni ningún otro acto de sangre, 
y eso era lo único que importaba. 




Nená de la Torriente