miércoles, 14 de agosto de 2013

Cada noche pliego una sola ala 
para que la otra crezca en su recorrido, 
no quiero que olvide que hay un mundo 
ahí afuera -enorme- que investigar todavía. 

Si me ciñera a estas suelas, una la anegaría 
en agua,  la otra ardería en lumbre, 
que son muchas las inquietudes mías, 
los pesares,  las pasiones y los renglones curvos. 

Ya no espero el tacto de unos labios, 
ni el roce de una piel que llegue incondicional 
y prometida,  porque todos tenemos barajas cambiadas 
y aunque soy una ingenua,  he aprendido hace mucho
a no esperar.  

Tampoco atesoro materiales por los que otros 
pelearían,  ni alhajas,  ni sedas de altezas de cuentos 
infantiles. 
El ser humano no me decepciona,  me sorprende, 
me enorgullecen tanto sus virtudes como la pluralidad
de sus defectos,  por su enorme posibilidad de cambio. 

Somos como el agua que corre y empuja a la piedra 
en el río, 
una y cientos de veces.
No la movemos,  la bordeamos, 
la superamos,  pero la seguimos golpeando, 
hasta que el movimiento es más fuerte 
y crea un salto de agua que cubre a la obstinada roca. 




Nená de la Torriente