Cada
noche pliego una sola ala
para
que la otra crezca en su recorrido,
no
quiero que olvide que hay un mundo
ahí
afuera -enorme- que investigar todavía.
Si
me ciñera a estas suelas, una la anegaría
en
agua, la otra ardería en lumbre,
que
son muchas las inquietudes mías,
los
pesares, las pasiones y los renglones curvos.
Ya
no espero el tacto de unos labios,
ni
el roce de una piel que llegue incondicional
y
prometida, porque todos tenemos barajas cambiadas
y
aunque soy una ingenua, he aprendido hace mucho
a
no esperar.
Tampoco
atesoro materiales por los que otros
pelearían, ni alhajas, ni sedas de altezas de cuentos
infantiles.
El
ser humano no me decepciona, me sorprende,
me
enorgullecen tanto sus virtudes como la pluralidad
de sus defectos, por su enorme posibilidad de cambio.
Somos
como el agua que corre y empuja a la piedra
en
el río,
una
y cientos de veces.
No la movemos, la bordeamos,
la
superamos, pero la seguimos golpeando,
hasta
que el movimiento es más fuerte
y
crea un salto de agua que cubre a la obstinada roca.
Nená de la Torriente