Por
instantes me recuerdas al cuco
con
su austero canto, casi de niño.
Ojala
existieran momentos como escenas
en
un teatro de marionetas, donde poder
sujetar
o cortar los hilos a capricho,
esto
pasó, esto no ha pasado.
Pero
en el fondo no me importa, no es algo
que
pediría por Navidad.
Tampoco
creo que todo enseña, no,
eso
es un triste consuelo estúpido.
Sí
congelaría momentos de felicidad ingenua
donde
el término felicidad no se pronuncia,
porque
aún no sabía qué significa
y
no los agrando ni los magnifico,
sólo
los dejo estar y ellos me llevan.
Arriba
en la cabaña de Regina cuidando ganado
tumbadas
en el verde.
Sobre
el carro que llevaba Antonio junto a Anita,
sentada
en las tablas que tanto se movían.
Recogiendo
patatas en el sembrado de Oliva.
Conduciendo
el mini de Titá de la facultad a casa
día tras día.
La
calle Huertas cada fin de semana,
sin
faltar a una cita.
Los
ligues o “refresquillos” en el madrileño más
castizo, los novios, palabra desterrada para siempre,
los
besos en las esquinas.
Los
poemas en las servilletas de todos los baretos
a
cualquier hora del día.
Pisga, Porro, Kien, Coco… Todos los perros, todos
los
queridos gatos caídos.
Los
viajes en el tren correo con mi hermano Suso,
siempre
con gente distinta,
con
mil historias curiosas.
Granada
de la mano de Irving.
El
embrujo de Irlanda, la puerta de Europa.
Body, mi compañero.
El
intento desesperado de borrar las historias feas y
llegar
a la amnesia voluntaria,
una
amnesia que se ha comido con voracidad muchas
más
cosas de las que quería.
Cientos
de lecturas extrañas.
Veinte
años en una isla.
¿Sigo
siendo yo?
Déjame
pensar ¿Me queda tiempo?
Mª
Ángeles ¿Me queda tiempo?
Tú
me dirías que sí, que todo el tiempo
del
mundo, y yo ya no sé que pensar.
Nená de la Torriente